Revista de la Escuela Provincial de Teatro y Títeres de Rosario Nº 5029 / ISSN 3072-8975

Biblioteca Clide Tello: «Soy lo que soy porque he leído»

La Biblioteca de la Escuela Provincial de Teatro y Títeres N° 5029 de Rosario lleva a partir de ahora el nombre de Clide Tello, docente, actriz, investigadora y una de las figuras centrales en la construcción de la identidad de la institución y del teatro en Rosario.

Profesora en Letras por la UNR y participante activa desde los inicios de la Escuela, Clide fue jefa de sección entre 1999 y 2001, referente del teatro rosarino y autora de «Historia del teatro de Rosario 1900-1959 (UNR Editora)». En la conferencia brindada durante el acto de nombramiento, hizo un recorrido de su vida entre libros, enseñanza y teatro, reafirmando el vínculo profundo que la une a esta casa de estudios.

El texto a seguir es una desgrabación de la conferencia brindada por Clide Tello en el acto de imposisicón de su nombre a la Biblioteca de la Escuela el miércoles 12 de noviembre de 2025:

«Agradezco a las autoridades de la Institución, a la gente de la Biblioteca, Fernanda Insaurralde, Lucas Aquino y Paula Arias, que han organizado todo y hemos llegado a esto.

En primer lugar, yo no soy una buena oradora, pero les voy a dar una masterclass de una horita nomás (risas), sobre varios temas. Y el primero de los temas que quiero tomar es justamente el nombre de la Biblioteca.

Creo que hace falta conocer de dónde proviene y a quién pertenece, aunque eso sabemos todos a quién pertenece.

Mi nombre completo es Clide Telma.

Mi madre y mi tía, allá en la década del 30 del siglo pasado, cuando yo nací, eran amantes del cine y de las revistas con noticias de las estrellas norteamericanas. Y decidieron anotarme como Clyde Thelma, con la grafía inglesa: con “y griega” y con una “h” en el medio de la T y la E. Pero en el Registro Civil no se lo permitieron y me registraron como Clide con i latina y Thelma sin h.

Y el apellido paterno —y ahí está la cuestión— se escribe T-E-L-L-O.

¿Y cómo se pronuncia?

Y ahí estuvo el lío, ahí está el problema, que yo trataré de aclarar. El apellido es de origen español y es un patronímico, es decir, un nombre propio, como Gonzalo, Rodrigo, Sancho. Se encuentra en registros escritos en la Edad Media y en el Renacimiento.

Desde los inicios de la lengua española hasta nuestros días, la doble ele se pronuncia “e-ie”, es decir, “te-io”.
Lope de Vega, un dramaturgo español del siglo XVI —les propongo a los alumnos de esta Escuela que lo lean— incluye personajes con ese nombre. Por ejemplo, en una de sus grandes obras, «Fuenteovejuna», y en otra que se llama «Los Tellos de Meneses»: Tellos porque eran un padre y un hijo que tenían el mismo nombre, y de Meneses porque era el lugar de donde provenían, donde vivían.

Con el tiempo, este nombre pasa a ser un apellido y los Tellos llegan al continente americano con la colonización española y se radican en México, Perú y Argentina.

Pero en el español de la Argentina la “ll” no se pronuncia en todos los lugares igual.

En la región del noroeste se pronuncia como una “y” en un diptongo “io”. Es decir que nosotros en Tucumán somos los Teio. Y mi papá y mis ancestros están en Catamarca y Tucumán. Entonces, allí estaría Don Segundo Teio, que era mi papá.

Pero resulta que mi papá se traslada a Ceres, en la provincia de Santa Fe. En ese momento era un pueblo, ahora es una ciudad. Y allí la “ll” se pronuncia “shhh”: Tello. Un sonido sonoro, el “shhh”: Tellsho. Bueno, entonces mi papá pasa a ser Don Segundo Tellsho.

Pero cuando yo me radico en Rosario para estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras —en ese momento se denominaba así— me italianizan el nombre y lo pronuncian como si fuera italiano: Tello o Telo directamente. El otro día vi en un comentario de Facebook que alguien escribió Telo con una sola “l”. Así que hay otra variante ahí. Puedo ser Telo con una sola.

Bueno: soy Tello. Es decir, ustedes tienen un nombre en la Biblioteca que se escribe Tello.

Yo, cuando empecé en la facultad, para todo el mundo era Telo, y luché bastante para que no se dijera Telo.

Aparte, mi mamá me decía: “¿Pero por qué te dicen Telo?”. Y qué sé yo…

Y bueno, mi papá se casó con “la gringa”. Es decir, yo tengo nombre Clide Telma Tello y Manasero, el apellido de mi mamá. Es el modelo perfecto de la mezcla en nuestro país.

Pero el nombre de la Biblioteca díganlo como quieran (risas).

 

Y respecto a los nombres, también propongo —ya que ustedes tuvieron que votar entre tres— que los otros dos nombres figuren también en la biblioteca, en algún lado. Los otros dos eran “El telón de las palabras” y “La escena y memoria”, que son nombres muy metafóricos y tienen que ver con los libros y demás.

 

Ahora, otra cuestión: mi relación con los libros y las bibliotecas.

Mi nombre va a estar en la Biblioteca, y el nombre “biblioteca” está en mí: en algún lugar lo tengo que tener grabado —lo más probable, acá—, aunque no lo lean.

Porque, ¿cuándo llegaron a mí los primeros libros que me atraparon?

En mi adolescencia, en la biblioteca de mi profesor de Geografía, amigo de mi familia, que tenía una gran biblioteca. Su madre había sido maestra de mi mamá, él era profesor mío y me hizo llegar libros hermosísimos que fueron fundantes para que a mí me guste leer.

Lo primero que leí fue «Edipo Rey» de Sófocles. Y leí completa «La Ilíada», de Homero, en mi adolescencia, y quedé fascinada.

Y, como yo les decía siempre a mis alumnos: todo comenzó con los griegos, el teatro por lo menos.

Cuando cumplí 16 años, mis padres me regalaron una pequeña biblioteca con cuatro estantes plagados de libros de autores clásicos españoles. En total, cien libros que nunca terminé de leer, pero que los guardo todavía y los conservo, y sé que están allí para cuando los necesite.

Y en esa etapa fue lectura por puro placer, que me ayudó a conocer cuál era mi vocación.

Después del secundario me inscribí en la carrera de Letras, por supuesto, en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral. Allí, al placer de la lectura se unió el interés por conocer la historia de la Literatura y esto me impulsó a iniciar mi formación en la investigación y la escritura.

En esta etapa del estudio universitario —que comenzó en 1955 del siglo pasado— no había internet ni celulares, ni fotocopias, ni Wikipedia, ni inteligencia artificial. El contacto con los libros era lo único que teníamos para estudiar, para poder saber.

De allí mi relación con las bibliotecas: la de la Facultad de Humanidades —que la amo—, la Biblioteca Argentina, la Biblioteca del Concejo Deliberante, donde yo estudiaba. Allí preparé toda la materia Introducción a la Filosofía mientras miraba el Monumento a la Bandera por una ventana, el Monumento recién inaugurado en aquella época.

También fui formando de a poco mi propia biblioteca, que la ofrezco siempre a los alumnos de teatro: está allí a su disposición, vienen y me consultan.

Y en la etapa de investigación sobre el teatro en Rosario recorrí todas las bibliotecas posibles de la ciudad buscando a autores rosarinos. Es decir: amo las bibliotecas y ese silencio maravilloso de las bibliotecas.

Lo último: mi relación con el teatro.

Mi relación con el teatro viene de la niñez. En la escuela de monjas españolas donde empecé la primaria, todos los años organizaban un acto en el cine-teatro del pueblo donde yo nací. Y ahí yo cantaba, bailaba, recitaba. Mi mamá y mi tía me hacían el vestuario.

Durante seis años fui la primera actriz de esa fiesta de cierre del año escolar. Y fui muy feliz. Creo que fue mi mejor etapa de actriz (risas).

Volví a conectarme con el teatro cuando vine a Rosario. Al frente de la actual Facultad de Humanidades y Artes, en calle Entre Ríos, se encuentra el Centre Català, el Centro Catalán. Su salón de actos fue un lugar tradicional para espectáculos teatrales desde principios del siglo XX, cuando las compañías españolas circulaban por Rosario.

En esa sala hacía sus funciones el teatro El Faro, uno de los primeros teatros independientes de la ciudad. Yo salía de la facultad, tomaba clases de tarde, y de noche salía y me cruzaba a ver teatro.

Quedé fascinada con las obras de El Faro.

Allí conocí a Alcides Moreno, integrante de ese grupo, que en ese momento era un joven de 18 años. Comenzó a tomar cursos sobre construcción de títeres y teatro de títeres, y organizó el teatro de títeres al que llamó El Farolito.
Alcides Moreno es quien gestiona, junto a otras destacadas personas de la cultura de Rosario, la creación de la Escuela de Títeres, que se lleva a cabo en 1974. Fue su rector desde la creación de la escuela hasta que fue destituido en 1980 por el gobierno militar.

Y en El Faro también conocí al actor José “Pepe” Costa, con quien me puse de novia, luego me casé y fue el padre de mis dos hijas —que voy a nombrar por orden de aparición—: Paula Costa Tello y Amalia Costa Tello.

Cuando vuelve la Democracia, durante el gobierno de (Raúl) Alfonsín, se crea la Escuela de Teatro en base a la Escuela de Títeres, y allí Pepe Costa es nombrado Rector normalizador de la escuela.

Es decir: mi trayectoria es todo un hilito que me va uniendo al teatro de a poco.

Invito a los alumnos de la escuela a que conozcan la historia de la institución. Van a encontrar datos importantes sobre este tema, escritos por Ordando Verna en la revista de la escuela, en los dos primeros tomos que aparecieron online.

Y siguiendo con mi relación con el teatro… No les puedo contar todo mi currículum, pero les cuento que fui cofundadora del Teatro Independiente La Ribera, Teatrika y el Centro Rosarino de Investigación Teatral.

Fui, además, una permanente espectadora de teatro y tuve el cargo de Jurado de Calificación de proyectos del Instituto Nacional del Teatro.

En fin: vi teatro, leí teatro, enseñé teatro, investigué sobre el teatro, escribí sobre el teatro y llegué a una conclusión:

Yo no soy lo que soy por lo que he escrito y por lo que he enseñado. Soy lo que soy porque he leído.

¡Viva la Biblioteca!