Este año cumple 50 años la querida escuela de Teatro y Títeres de Rosario. 50 años. Tanto vivido. Las imágenes de antes y las de ahora. La esquina de Córdoba y Mitre, el paso por el Pasaje Araya, el presente en Viamonte y Moreno.
Imposible no pensar en nuestra promoción 92 con «La vida perdurable» y su temporada de funciones 92-94 en la misma escuela que funcionaba como teatro durante los fines de semana. Y nos cobijaba. Ensayos hasta altas horas de la madrugada (impensado ahora). Teníamos a Chiqui (María de los Ángeles González) como docente. Algo que habíamos deseado… y conseguido. Chiqui abría los espacios, nos invitaba a profundizar en ellos… ir al fondo. La mirada más allá. (Quizás en parte le deba a ella esta necesidad de bucear en los significados íntimos de los textos, en ir a las profundidades del bosque, a la raíz del problema… aunque duela)
Lo cierto es que al comenzar la puesta de “La Vida Perdurable”, allá, a lo lejos del espectador, (casi cinematográficamente), había una cruz colgada, y una niña jugaba con ella. Luego decía el primer texto de la obra: “En el principio, era el verbo”
(¿Qué haríamos las actrices y los actores sin los verbos?)
No conforme con explorar la horizontalidad, Chiqui también quiso probar la verticalidad del espacio, y nos hizo habitar las alturas. Quería ángeles que volaran por el salón principal de la escuela de teatro, Cristos que descendieran de la cruz y eligieran otra cosa: el camino. (Párrafo aparte para Osvaldo González (Gonzulio), gran constructor de arneses… y varios años antes de “la máquina de volar” de El Jardín de los niños.) De aquí la famosa frase de Chiqui que surgió de un ensayo: “Justificado o no justificado, todo el mundo va colgado”. Frase que quedó en la obra. El otro día volví a escucharla de mi propia voz en el estreno de “La sociedad del afecto”, documental dedicado a Chiqui y a su trabajo por las infancias, y el público volvió a reír como reíamos nosotras cuando la dijo aquella primera vez.
¿Quiénes somos nosotras? La 9na disfonía, así nos habíamos puesto porque habíamos quedado 9 mujeres: Gigí Barúa, Paula Beltramino, Jorgelina López Lo Celso, Isidora Nuñez, Mariana Russo, Silvia Sánchez, Gabriela Vercelli, Cecilia Vega y yo, Marita Vitta. Incorporamos a un actor invitado: Norberto Massera. En la segunda temporada lo reemplazó Adrián Giampani. También actuaba Violeta Vázquez, hija de Chiqui, que para esa época tenía 7 años.
Al abrir los espacios, horizontal y verticalmente, el lugar adquiría la forma de una Iglesia, o de una cruz. De esa cruz que abandonábamos para emprender el último camino. Entre el público. A sus espaldas se abría una última puerta para revelar un nuevo espacio: el taller de alas. Allí se recomponían las alas de aquellos ángeles que sobrevolaban la escuela de teatro.
“No me des tu muerte, dame tu vida”
“Sin pasión y sin sentido no hay historia aquí abajo, Señor, ni vida perdurable”
Éramos como aquellos apóstoles, en busca de las pasiones perdidas…
Fui alumna, deseaba ser actriz. Luego vinieron los años del Profesorado… que empezaron a entramarse con reemplazos cuando Clide Tello estaba como jefa de sección. Recuerdo que ella fue la primera persona que me incentivó a presentarme para escalafonar. Y así lo hice. Y así me transformé en docente en la misma escuela que me había cobijado. Tan agradecida por eso.
Ahora son hermosas las tardes y las nochecitas que pasamos en este mundo que resguarda. Este mundo que hace que todo parezca mejor. La escuela está habitada por gente hermosa. (No ángeles que sobrevuelan como en Mitre y Córdoba. Ángeles de otro tipo, alegres y terrenales.) En el patio, en la capilla, en los salones, en el buffet. Personas y lugares que hacen que la vida sea más perdurable. Gracias, Escuela. Aguante la pública.