Santiago Pereiro es un artista rosarino que, a pesar de su juventud, tiene una gran trayectoria en el ámbito teatral. Forma parte de la reconocida compañía de teatro Esse est Percipi y cada año, desde el 2018, encarna la piel del general Manuel Belgrano frente a 7.000 niños que juran lealtad a la enseña patria en el Monumento Nacional a la Bandera. Santi, para los amigos tiene la sonrisa amplia, es amistoso y podría hablar de teatro hasta pasado mañana. Aquí cuenta sus comienzos en el teatro, cómo fue el proceso de ser seleccionado para interpretar al prócer y qué sintió al ganar un premio Estrella de Mar por la obra «Ota, teatro para bebés».
—Para empezar bien desde el inicio, me gustaría que comentes cuándo te empezaste a inclinar hacia el mundo artístico.
—Entré en contacto con el teatro desde muy chiquito, mi viejo es un actor vocacional, hizo teatro desde siempre. La verdad es que no tengo ni idea cuándo fue la primera vez que supe del teatro, porque ya sabía, digamos, cuando empecé a tener un poco más de conciencia ya era parte de mi vida. Lo ayudaba a mi viejo, lo iba a ver en los ensayos, y cuando aprendí a leer, lo ayudaba a que estudie los textos.

Y después, sí, la primera experiencia más formal fue en los talleres de Villa Hortensia (en el Centro Municipal Distrito Norte), que los daba Carla Rodríguez. Habré tenido nueve años, diez años, y a partir de ahí no dejé.
En la imagen, la directora Carla Rodríguez sobresale arriba y el Santi Pereiro asoma sobre la señora del cartel (Archivo Familia Pereiro).
Después tuve teatro en la escuela, entré en un grupo barrial en zona norte y estuve en ese grupo hasta que entré en la Escuela de Teatro y Títeres en el 2011 y me recibí. Llevó un tiempo decidir si quería que esto sea mi vida, mi profesión, mi oficio. Y me llevó otro tanto de años concretarlo. Siempre tuve trabajos aparte, y recién hace tres años que me puedo dedicar el 100% a cosas relacionadas al teatro en general. Producción, dirección, docencia y actuación.
—¿Y en cuál de esos roles te sentís más cómodo? ¿Cuál te gusta más?
—Si fuera por mí, lo único que haría en mi vida sería actuar. No es que las otras cosas no me gusten, de hecho las disfruto mucho. Me gusta mucho dirigir, que siempre pensé que no… Siempre lo miré de reojo. Con gente amiga, con mi esposa también, era como un chiste. Me decían “algún día vas a dirigir”. Les decía “no, ni en pedo voy a dirigir”. Y terminé, por circunstancias del oficio, en el lugar de director y me di cuenta que me gusta un montón. Prefiero toda la vida actuar. Pero me gusta, me gusta mucho dirigir. La parte de producción también es entretenida, pero si fuera por mí solamente actuaría y no haría otra cosa en el día más que actuar.
—Vi que hiciste varias obras con temas de historia argentina. ¿Te gusta la historia o la historia en el teatro?
—Sí, sí. Un poco se fue dando… no es algo que yo busqué hacer o interpretar personajes que tengan que ver con nuestra historia. De hecho, es medio un poco como el huevo y la gallina saber qué fue primero. Siempre me gustó la historia, pero nunca fui un gran lector de historia. Si me enteraba de algo que me gustaba, me ponía a investigar un poco más, pero no es que era un gran conocedor de la historia argentina. Y después, al empezar a hacer espectáculos relacionados a eso, también ahí se armó una retroalimentación y me gusta, me apasiona, me gusta investigar, me gusta leer. Pero fue más que nada una casualidad. Entre a Percipi por un reemplazo para la obra «A la gran masa argentina», que si bien no es una obra histórica, ni que no tiene ningún tipo de rigor histórico, sí hace una serie de referencias al primer peronismo.
También, antes de eso, trabajé en «Malvinas» del grupo Arteón, que fue uno de los primeros trabajos que tuve como actor. Es una obra que seguimos haciendo. Es una historia sobre chicos que fueron a la guerra de Malvinas y solamente uno vuelve, los otros mueren allá. Entonces, siempre de alguna manera estuve en contacto con obras que estaban vinculadas a la historia argentina. También interpreté a Belgrano en el Monumento Nacional a la bandera, y tuve la posibilidad de interpretar al brigadier general Estanislao López en el transcurso de este año, que es nuestro prócer santafesino. Así que sí, la verdad no lo había pensado nunca, pero sí, hay varios hitos teatrales que transcurrieron sobre la historia argentina.
—¿Cómo llegaste a ser Belgrano en la Promesa de la Bandera? ¿Cómo se dio ese proceso?
—Hubo en el 2018 un cambio en la Dirección del Monumento. Anteriormente estuvo Matías Martínez, que fue profe mío en la Escuela de Teatro y Títeres, que interpretó a Belgrano y lo hacía, aparte, espectacular. A través de un contacto amigo, de Matías y mío, le pidieron que recomiende actores. La gente del Monumento se contactó conmigo. Fui a un par de entrevistas. y quedé seleccionado para hacer el rol. Y a partir de entonces, bueno, pandemia de por medio, no dejé de interpretarlo.

Prensa Secretaría de Cultura / Municipalidad de Rosario.
Pero no es que soy el Belgrano oficial, ni que estoy contratado acá de por vida, sino que, bueno, cada año me llaman y espero el llamado con muchas ganas, porque la verdad que es una experiencia muy linda. Tiene un valor agregado por fuera de lo teatral y del privilegio de interpretar al personaje, que es el contexto, lo que significa el acto de la Promesa a la Bandera. Tiene una serie de adicionales donde la actuación en realidad pasa a ser tal vez lo menos fundamental de todo el evento. Es importante obviamente, hay que hacerlo bien, hay que estar ahí, hay que estar a la altura: de repente salís y hay 7.000 niños que están mirándote maravillados, y hay que también poder sostenerse en ese momento con esa atención.
Pero toda la importancia que tiene, el valor que le dan los niños, tiene que ver con el ambiente, con el Monumento Nacional a la Bandera, con lo bien escrita que está esa intervención. Hay una serie de cosas que funcionan muy bien y bueno, fue todo el trabajo que hace la gente del Monumento, porque laburan todo el año en función de esa semana, que es una locura. Pasan 50.000 personas por el Monumento a la Bandera, vienen de todo el país. La dificultad de la organización y la planificación de ese evento es monstruosa.
—¿Te pone en otro lugar interpretar a Belgrano frente a tantos niños teniendo en cuenta que vos tenés hijos? ¿Pensás diferente a esa representación frente a las infancias?
—Sí, hay algo de la mirada del niño que te maravilla y te convoca más allá. No podría hablarte de la experiencia de no ser padre porque desde que me tocó interpretarlo ya era padre, entonces no sé cómo sería sin ser padre. Pero hay algo de la experiencia de la paternidad que te cambia la perspectiva de cómo mirás las cosas.
Puede ser que uno sepa del valor que tiene la ilusión del niño. Tal vez uno tenga más conciencia, tratando de correrme un poco de mi lugar, digo, si no sería padre tal vez no tendría esa conciencia de lo que vale la ilusión, de lo que el niño espera, de lo que la imaginación del niño es capaz de crear, de lo que está recibiendo. Sí, hay algo de esa fascinación que tiene el niño que es imposible que no te emocione cuando la conoces de cerca. Pero supongo que alguien que no es padre también la puede ver, por eso te digo, no sé si es algo que sea tan lineal.

Pero sí tengo un contacto muy cercano con eso y este año, particularmente, a mi hijo más grande le tocó hacer la Promesa de Lealtad a la Bandera. Siempre es especial, pero ese día fue triplemente especial, porque estaba él, estaban sus amigos, que los conozco desde chiquitos. Él me ha ido a ver todos los años y ya sabemos, yo ya lo vi a él viéndome. Pero en el contexto de Uli haciendo la Promesa a la Bandera, fue realmente mágico y nos encontramos, se encontraron nuestras miradas, y estaba la sensación de que estábamos los dos jugando, que yo era Belgrano y que no era el papá por un momento, Entonces, la verdad que fue lindo. Y pasó algo también muy loco, porque no solamente él y sus compañeros de curso, sino que sus amigos de fútbol o del club, que van a otras escuelas, iban todos y todos me conocen. Entonces, por primera vez en todos los años, he escuchado cada tanto que algunos me decían “Santi, Santi”. Veían al actor más allá del personaje, que no suele pasar.
—Y dentro del marco de los 300 años de Rosario, ¿crees que por ahí esa interpretación o esa figura de Belgrano tiene un poco más de peso?
—Sí, porque el paso de Belgrano por la ciudad de Rosario, hace 200 y pico de años, 213 si no me falla la cuenta, para mí marcó un antes y un después. Belgrano no viene a la ciudad de Rosario, viene a la capilla del Rosario del Pago de los Arroyos, una aldea pequeñita con 600 habitantes. El paso de Belgrano, la creación de la bandera son piedras fundacionales de la identidad del rosarino, de una identidad que tiene que ver con la resistencia, con una identificación muy profunda con la insignia patria. En ese sentido, hay algo de lo que late en la ciudad —sus dimensiones de hoy, su importancia en el tejido político y económico nacional y su producción cultural—, que se relaciona en mayor o menor medida con esa instancia inicial. Cuando, hace más de 200 años, un tipo pasó por acá y produjo un acto franco de rebeldía que fue crear la bandera a contraorden del Triunvirato. En ese acto de rebeldía también se funda algo grosso para la ciudad de Rosario.
—Quería hablar también sobre la obra de la que formas parte, «Ota, teatro para bebés». No hay muchas actividades para las primeras infancias y está bueno poder pensar proyectos en torno a eso.
—Sí, yo nunca había hecho espectáculo para infancia, es la primera experiencia que hago. Siempre el teatro para infancia o para toda la familia apunta como una franja etaria más o menos genérica entre los 3 y los 10 años, pero después a partir de los 10 años es como que quedan medio huérfanos hasta que ya son adolescentes grandes o jóvenes. Junto a la primera infancia son como franjas que quedan bastante huérfanas de contenido específico. Y ellas (Carla Rodríguez y María Soledad Galván) empezaron con este proyecto de teatro para bebés, que aparte tiene una serie de particularidades. Porque hay un montón de otras experiencias que son pura y exclusivamente sensoriales, cuando no hay una narración. Está más anclado en eso, en una intervención de los sentidos.
Lo revolucionario dentro del formato de teatro para bebés es contar un cuento que sea narrativo, que sea con palabra, desde el convencimiento de que, más allá de que el bebé a partir del año ya comprenden las palabras, al menos de manera rudimentaria, pero el bebé está en contacto con el lenguaje desde la panza, entonces hay algo de esa experiencia que trasciende la barrera del lenguaje.

Prensa «Ota, teatro para bebés 2».
De hecho nos pasó haciendo haciendo temporada en enero en Mar del Plata, que hay una pequeña comunidad rusa, de madres y bebés rusos, que no hablan español, y vieron la obra fascinados. Y la obra está en español. Hay algo en el lenguaje que trasciende y que verdaderamente comunica, y funda una forma de vincularse. El bebé de alguna manera se emancipa como espectador: deja de ser un bebé y pasa a ser un espectador. Entonces el padre, o la madre, o el que sea que está acompañando, lo mira al bebé como especta la obra además de ver el mismo adulto la obra. Se van generando como capas de vinculación que son muy interesantes.
—Y las madres y padres, los mayores, ¿cómo reaccionan?
—Somos una generación de padres y madres que estamos más preocupados tal vez por cómo nos vinculamos con nuestros hijos. Entonces hay como instancias del juego que están más habilitadas en las casas. Sin embargo, la obra propone una instancia lúdica y ahí uno ve a los padres jugar con los hijos de igual a igual. Y también lo que sucede en ese momento es… Es mágico. Los bebés pasan a ser protagonistas del espectáculo. Y para mí es muy poderoso lo que sucede. Porque aparte vuelven, que no pasa con otro tipo de espectáculos.
Vos vas a ver una obra para adultos y estamos haciendo una temporada de 12 funciones y no vas a ver tres funciones, vas a una y ya la viste, todo bárbaro. Es una experiencia que la gente repite, que a veces vienen con el bebé de seis meses, después vuelve cuando tiene un año, vuelve cuando tiene dos, cuando tiene tres, y cada vez nos fascina más porque ese niño se vincula en las distintas etapas de su primera infancia de manera distinta con la propuesta del espectáculo. Así que sí, lo que hicieron las chicas es muy, muy grosso.
—Entonces está justificado el premio Estrella de Mar…
—Sí, sí. En Mar del Plata ganamos el premio Estrella de Mar a “Mejor Espectáculo Infantil”. Un poco fuimos a Mar del Plata con la idea competir en los premios. Cuando quedamos nominados viajamos a ver toda la entrega de premios, para estar en la entrega, nunca esperábamos ganar. Y fue fue una sorpresa y fue re-lindo, fue muy emocionante.

Carla Rodríguez, Santiago Pereiro y María Soledad Galván, ganadores del premio Estrella de Mar al Mejor Espectáculo Infantil por «Ota, teatro para bebés 2».
Mar del Plata, Gala del 50° aniversario del Premio Estrella de Mar. 3 de febrero de 2025 (Prensa Premio Estrella de Mar).
—¿Qué preferís hacer, teatro de adultos o para infancias?
—No, es que me gusta hacer todo, no podría elegir.
Muchas veces me convocaron para hacer teatro con infancia y siempre lo esquivé porque no me convencieron las propuestas. Los actores tenemos un prejuicio en torno al trabajo con niños y niñas. Visto desde afuera, uno piensa que debe ponerse en un lugar ingenuo o que lo puede hacer “de taquito”, y en realidad después te das cuenta que no.
Hay una gran mitología en torno a eso. Las herramientas que ponemos a trabajar los actores para hacer teatro para infancias son las mismas que ponemos a trabajar para hacer teatro para adultos. Lo que cambia son, obviamente, el receptor, los canales de comunicación que se utilizan para llegarle a ese espectador que maneja otros códigos. Entonces vos también tenés que manejar otros códigos. Pero las herramientas son tanto o más incluso que en el teatro para adultos, porque un espectador-bebé no te permite desatender ni un solo segundo la concentración, porque lo perdés. Cualquier cosa le puede interesar al bebé más que lo que vos estás haciendo y no tiene ningún tipo de conducta social que lo condicione a que si le quiere decir algo a la madre, le dice algo a la madre, si tiene hambre va a comer, o si se quiere dormir una siesta, se duerme una siesta. Un espectador adulto no va a estar en el medio de la obra y se duerme una siesta.
—O sí (risas).
—O bueno, sí, sí. Podría pasar, pero sería más raro. Entonces en ese sentido es un espectador mucho más exigente y el límite de atención que tiene es mucho más acotado, entonces todo el tiempo hay que estar renovando el estímulo, y esa actividad te obliga a estar como extremadamente presente en el espectáculo y es desgastante, lindamente desgastante. Así que son experiencias muy distintas.
La forma de trabajar de Gustavo Di Pinto, el director artístico y fundador de Esse Est Percipi, tiene mucho que ver con esta cuestión de permitir que suceda lo que está vivo por sobre lo que uno tiene pactado. No es que batimos cualquiera cada vez que hacemos la obra, pero si hay algo nuevo que está sucediendo, le prestamos atención y vamos también un poco por ese camino. Entonces esa viveza o esa cintura de poder ir moviéndose dentro del espectáculo también le aporta una frescura. Así, el trabajo para los niños también me potencia, creo, en mi trabajo para adultos, porque me permite estar también más despierto y más atento a esas cuestiones. Entonces no dejaría nunca de hacer ninguno de los dos.
